miércoles, 18 de enero de 2017

Fantasmas en la 7ª. sección, Sauce-Rocha

El siguiente es un cuento que siempre escuche a mi padre y a mis tíos, que sucedió en la 7ª. sección de Rocha, paraje el Sauce.
Por esa zona a unos seis, siete kilómetros de Rocha, por el camino Real, antes de llegar al arroyo Sauce, hoy Ruta 9, vivió mi abuelo Francisco Javier Bruno con su familia.
Era una casa grande, que aún hoy existe, donde se casó y crió a su familia, tenía un almacén, pegado había una plaza de carretas, donde hacían una parada para descansar los caballos, las que venían desde San Carlos y también desde Montevideo.
La misma fue construida por mi bisabuelo Alfonso Bruno y mi abuelo Francisco, con material traído desde Italia y que venía por el puerto de La Paloma, como ser el portland, el piso, techo, etcétera, haya por los años 1916, 1917.

Francisco Javier Bruno se casó con Clorinda Isnardi, fernandina ella, tuvieron siete hijos; Francisco Antonio, “El Quito”; Baltazar “Baturro; Julio; el “Loco” Roberto; el “Macaco” Sergio, la única mujer Teresita y Ricardo María.
A pocos kilómetros tenían la Escuela del Sauce, en su primera ubicación, en el camino de los Oyarbide, siendo su maestra por entonces doña Cata Pioli de Rodríguez, la madre del Dr. Roberto Rodríguez Pioli.
La vía con el tren procedente de San Carlos no había llegado, por lo que tampoco estaba la Estación de FE.
Zona por entonces muy poblada, allí estaban los Cedrés Martínez; los Nieves;  los Dominicci; los Gonet, Don Pancho Rivero y su familia; también sería vecino Don Pereyra, el padre del Maestro Rosalío y del Profesor Carlos Julio,  con su almacén.
Entre la casa de mi abuelo y el puente sobre el arroyo Sauce había una casa, que por lo que me comentaban mis tíos Julio y Roberto, era habitada por una gente rara, que  por aquellos tiempos vivían de la agricultura y la cría de algún animal, edificación que yo alcancé a conocer ya algo abandonado, casi tapera.
También según los vecinos, por las noches, se sentían ruidos raros y unos aullidos, especie a veces de alaridos, principalmente los viernes.
Ellos se juntaban con algún otro muchacho vecino de la zona y se ubicaban a distancia prudencial de la misma, media cuadra, a veces uno poco más cerca y la apedreaban, pero nunca salía nadie de los habitantes, y sí alguna vez por los campos cercanos andaban fantasmas vestidos de blanco.

Cuento, fabula, leyenda, no se, pero ese relato para mi viejo y mis tíos era verídico.

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